
Esta semana me encontré conduciendo sobre la autopista México-Puebla, la que se abarrota de fieles devotos a la Virgen de Guadalupe, otrora Tonantzin, diosa madre de los pueblos originarios.
La avenida ya se encontraba con vehículos adornados, ciclistas entusiastas, y peregrinos fervientes que iniciaban su largo trayecto hacia la renombrada Basílica de Guadalupe. Esta arteria es seccionada por puentes que cruzan de norte a sur el ingreso a la capital. Durante mi trayecto me pude percatar que sobre estos puentes colgaban mensajes anónimos con versículos de la Biblia, que iban indiscutidamente orientados a estos peregrinos. Alcancé a ver solo dos. A saber: Éxodo 20:3, 1 Timoteo 2:5.
¿Qué es una peregrinación? Hemos heredado esta palabra del latín, y es la acción y efecto de andar por tierras extrañas. Al ver a estos «peregrinos», y estos mensajes anónimos colgados de los puentes, me pregunté:
¿Qué peregrinaciones realizó Jesús? El prolijo escritor Lucas registra una de ellas a sus 12 años.
Iban sus padres todos los años a Jerusalén en la fiesta de la pascua; y cuando tuvo doce años, subieron a Jerusalén conforme a la costumbre de la fiesta.
Lucas 2:41-42
Los israelitas viajaban tres veces al año a Jerusalén, a celebrar las fiestas de Dios, organizadas en tres temporadas (Deuteronomio 16:16). La primera temporada, llamada también «pascua», iniciaba entre los meses de marzo y abril de cada año. El viaje que realizó Jesús, su familia, y todos aquellos judíos fieles devotos del único Dios de la Biblia describe su interés de buscar a su Padre, y de estar informado de sus negocios.
Jesús peregrinó junto a muchos, sin duda cada año, a celebrarle fiesta a su Padre, a involucrarse en los negocios de su Padre. Nadie buscaba rendir tributo a imágenes de yeso, madera o porcelana, ni mucho menos pedirles favores. Aquellos antiguos fieles devotos peregrinaban para obedecer y adorar a Dios, tal como él lo ha indicado que lo hagamos.
Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.
Juan 4:24
Por muy sinceras y nobles que sean las intenciones de estos devotos de esta divinidad, o cualquiera que el sincretismo haya fundido en estas tierras mesoamericanas, vemos que no encaja con el estándar de calidad del puro y verdadero cristiano, antes o después de la llegada de los españoles, el cual debe ser: buscar a Dios en espíritu y en verdad.
Este es el mundo en el que vivimos. Procuremos buscar a nuestro Dios en espíritu y en verdad en medio de toda la confusión que impacta y mueve masas que podrán ser fieles, pero ciegas a la luz del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo.