
Saludos, hermanos de todo el mundo:
A medida que pasan los días, nos acercamos a lo que muchos pueden considerar la celebración más significativa del año: la Pascua.
Todos los tiempos santos y señalados por Dios son momentos importantes y valiosos que nos recuerdan su gran plan para toda la humanidad. Implícito en su plan está el amor que él y Cristo tienen por toda la humanidad. Las Escrituras nos dicen claramente que Dios no quiere que nadie perezca.
Este es un concepto muy importante, pero el resto de ese versículo en 2 Pedro 3:9 es igual de importante para entender a Dios y su plan: Él “no [quiere] que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (énfasis añadido en todo el texto).
Arrepentimiento: el arrepentimiento debe ser una parte continua de nuestras vidas mientras vivamos, incluso después de ser bautizados y “matar” simbólicamente al viejo hombre, y debemos reconocer siempre lo que hemos hecho mal.
El servicio de la Pascua nos recuerda el sacrificio de Cristo por nosotros. Él estuvo literalmente dispuesto a “renunciar a todo” por cada uno de nosotros, porque ama (ágape) a la humanidad, a todos los que han vivido. Podemos reclamar su sacrificio por nuestro pecado, y lo hacemos mediante nuestro arrepentimiento verdadero, sincero, sentido “en lo más profundo del alma”; junto con ese elemento necesario de determinación para apartarnos de nuestro camino natural y seguir el suyo. Cuando él acepta ese arrepentimiento, somos perdonados.
La Pascua y el tiempo que la precede son un momento de gran introspección. No se deje engañar por otros cuyas palabras puedan sonar “suaves y agradables”, que le digan que Dios le acepta “tal como es”, o que una vez que nos hayamos bautizado somos “buenos” siempre y cuando guardemos el día de reposo, las fiestas santas, y simplemente tratemos de ser “buenas” personas.
1 Juan 1:8 es un pasaje notable que debemos tomar en cuenta al examinarnos a nosotros mismos: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros”.
David, un hombre conforme al corazón de Dios, reconoció esto. Deseaba una pureza que llegara a lo más profundo de su ser. Quería saberlo y le preguntó a Dios: “¿Hay algo en mí que esté separado de ti y de tu forma de vida?”.
El Salmo 139:23-24 nos dice: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno”.
Debemos ser honestos con nosotros mismos, como nos dice Pablo en 1 Corintios 11:27-31. Todos debemos recordar que pecamos en el camino. Podemos engañarnos a nosotros mismos, o hacer que otros nos digan que lo estamos haciendo “bien”, lo cual queremos creer. Pero recuerde lo que dice Jeremías 17:9: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?”.
Dios conoce el corazón humano, y el rey David le pidió a Dios que escudriñara su corazón para que le hiciera saber si había caminos perversos a los cuales se había “acomodado” y que estaba permitiendo.
¿Podemos todos hacer esto este año? ¿Podemos realmente mirarnos a nosotros mismos y a nuestro propósito ante Dios? Dejemos que su Espíritu guíe nuestro examen (porque el verdadero autoexamen no puede darse sin reconocer y permitir que el Espíritu de Dios nos guíe), y tomemos la determinación de arrepentirnos y volvernos a él con todo nuestro corazón.
El próximo domingo es el primer día de Abib, el comienzo del ciclo anual que Dios estableció (Éxodo 12:2). El 14 de Abib, los miembros bautizados se reunirán para la Pascua. Que todos nos examinemos a nosotros mismos y, a medida que Dios nos guíe a todos, individual y colectivamente, que la tomemos de la manera digna de la que habló Pablo.
En servicio a Cristo,

-Rick Shabi, presidente de la Iglesia de Dios Unida.
Fuente: Correspondencia oficial miembros